sábado, 22 de diciembre de 2012

BREVE HISTORIA DEL SURREALISMO

En el invierno de 1479, en una posada de Tilburg, Hieronymus Bosch soñó el futuro. En la afiebrada noche neerlandesa, la pesadilla lo arrastró hacia los rincones más insospechados, esos mundos de lo inalcanzable.

Al amanecer pintó imágenes jamás vistas hasta entonces. Intuyó que habría descubierto la mágica perla de occidente.

400 años después, en una ciudad distante, París, un grupo de jóvenes inquietos desentrañó el misterio. Hieronymus Bosch, descansa en paz ahora.

Había desatado la rebelión de la palabra.


viernes, 21 de diciembre de 2012

DIARIO DEL ÚLTIMO DÍA

Diciembre 21 de 2012

Hora 0:02
Salgo de la radio rumbo al hogar. Llueve copiosamente. Son siete cuadras y el cielo es de un color violáceo. El paraguas es inutilizado por el golpeteo permanente de unas mojarras que caen estrepitosas sobre el mundo. Corro.

Hora 0:11
Una enorme bola de fuego cae, voluptuosa, sobre tres vacas y un caballo que dormitaban en el potrero del viejo Melgarejo. Ni mosquearon.

Hora 0:18
Un relámpago hace un tajo en el cielo. Se escucha una carcajada atronadora.

Hora 0:23
Llego a casa. Entro. Cruzo el patio. En el aire se siente un fuerte olor a magnolias asadas.

Hora 0:26
Ingreso en la cocina, necesito comer algo. Sentados en torno a la mesa, dos extraterrestres abren una botella de Navarro Correas, malbec, cosecha 2007. Bebemos largamente y en silencio.

Hora 0:55
Abrimos otra botella.

Hora 1:34
Con un gesto delicado, me invitan a firmar un documento. No entiendo la letra pero lo firmo en señal de amistad.

Hora 1:49
Nos despedimos con amables besos y abrazos. Se pierden en la espesura de las mojarras que ahora caen por millares. Voy a dormir.

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Hora 8:37
El cielo se ve límpido en la mañana. Nada parece haber sucedido. Sólo queda ese olor penetrante, entre pescado y magnolia asada. Hay que aguardar lo insospechado.

………………………………..

Hora 18:47
Está oscureciendo. La inesperada paz del día transcurrido se ha roto. Vuelven a llover mojarras, pero esta vez tienen larga cabellera.

Hora 19:22
Refucilos de neón cruzan el espacio. Por un lado es bella esta visión. Por otro, desanima.

Hora 19:50
Unas cosas rojas se bambolean por el aire para uno y otro lado. Parecen adornos navideños, pero no son adornos navideños. Son unas cosas rojas que se bambolean por el aire para uno y otro lado.
Producen unos ruidos sibilantes. Dan escalofrío.

Hora 20:10
Las mojarras olímpicas han cesado en su caída. Ahora, del cielo se desprenden enormes goterones de hirviente aceite mezcla. Sé que es aceite mezcla porque la oliva tiene una hermosa fragancia y además porque el hígado me indica que es aceite mezcla. No señora, mi hígado no se equivoca.

Hora 21:20
Muchos siguen como si nada ocurriera. Lo más extraño es la apariencia de que nada ha cambiado, no obstante, somos pasado. Esta es mi única certeza.

Hora 21:52
De unos altavoces o megáfonos cósmicos, caen frases sobre el mundo en una lengua indescifrable. Es aterrador no conocer el significado. Pero lo es mucho más, en verdad, percibirlo.

Hora 22:40
Todo es incertidumbre. No debo olvidar quién soy. Escribo mi nombre en la frente, el pecho, el estómago y las extremidades. Escribo Toscadaray por todo mi cuerpo. No llego a las nalgas. Ellas no me reconocen.

Hora 23:59
Se escucha un rumor de olas. El mar está lejano, sin embargo lo siento mojando mis pies. Todo es expectación y bruma.
Sigo esperando...


VALERIA VENDIENDO FLORES

Valeria era una piba dulce y risueña que vendía violetas o jazmines en los bares de avenida Corrientes. Cuando la conocimos no tenía más que 5 años. Si estaba acompañado le compraba flores y si no, también y se sentaba en la mesa con nosotros y la convidábamos con un pebete grandote y alguna gaseosa. En las noches de bohemia en Buenos Aires, esto era muy común por aquellos años. Valeria empezó a crecer y a tener una linda charla, entretenida, madura para su edad tan corta. Siempre nos sorprendía con preguntas y también con afirmaciones. Pasaba el tiempo y de tan preguntona, empecé a regalarle libros. Cuando aparecía por los bares, siempre tenía yo algún libro elegido en las mesas de oferta y se lo regalaba. Todos veíamos cómo Valeria crecía y se iba convirtiendo, de a poco, en una bella adolescente y cada vez más curiosa y cada vez más lectora y más conversadora. Llegó un tiempo en que dejamos de verla. Y casi, casi la olvidamos. Mucho después, una noche cenaba con amigos en Pipo. “Ravioles, doble tuco, doble queso, como siempre”, dijo una cálida voz a mis espaldas. Giré la cabeza y vi a esa bella mujer, soberana en su belleza, con un niño en brazos y el compañero a su lado. Nos abrazamos hasta las lágrimas. Empezamos a hablar los dos al mismo tiempo y a reírnos como lo hicimos durante años  en las mesas delos bares de Av.  Corrientes. Entonces me presentó a su compañero y le pregunté el nombre del pequeño hijo. Y ella, a su vez, me preguntó cuál había sido el primer libro que yo le había regalado. Aventuré un nombre, dudando mucho y me hacía que no con la cabeza y aventuré otro y nada y otro y lejos. No acertaba con el autor y me excusé que el tiempo pasado era mucho, que la memoria se pierde con los años. Entonces me dijo: Dame el nombre del poeta que más querés con el corazón. Sonreí y le respondí enseguida: Khayyam, Omar Khayyam! Y así lo habían bautizado. Omar, el nombre del primer poeta que ella había leído en aquellas ediciones que yo le regalaba. Ella que salía cada tarde de la Villa 6 en Lugano para vender flores por las mesas, ella que se había convertido en una mujer hermosa, ella que ahora sostenía un hijo en los brazos, ella que –con la vida en contra- se había recibido de licenciada en Letras.


PÁJAROS

Mi abuelo Enrique tenía un amigo asturiano al que le gustaban mucho los pájaros. Vivía en las afueras del pueblo y en el fondo extenso, tenía enormes jaulones diseminados por todos lados, repletos de aves pequeñas, de los más variados colores y formas. Al abuelo le molestaba esta costumbre de su amigo, porque los pájaros, decía, no son pájaros si no están libres. Entonces, cada sábado, el abuelo se sentaba a la sombra de un sauce y sacaba un monedero, señalaba cualquier pájaro al azar, ponía una moneda sobre la mesa por cada uno y les iba comprando la libertad a varios, así cada semana. El asturiano pensó, con el tiempo, en el negocio y entre jilgueros y cabecitas negras y cardenales, cada tanto incluía algún que otro gorrión, total, el abuelo no se acercaba a las jaulas, elegía la libertad desde la sombra del sauce. El abuelo, insisto, era vasco. Tratar de engañar a un vasco es poco menos que suicida. Ante la trampa, un viernes de madrugada, el abuelo tomó la decisión y entró a la finca del asturiano por la parte de atrás. Los perros ni ladraron porque lo conocían bien. No abandonó el lugar hasta que no liberó al último pájaro. Al amanecer las jaulas eran un desierto. El abuelo, como cada sábado visitó a su amigo. Al llegar fingió sorpresa, se agarró la cabeza con las manos, teatralizó la situación y le preguntó al asturiano qué había ocurrido con los pájaros! El asturiano entonces se tomó un respiro, miró con nostalgia las jaulas vacías, lo miró al abuelo y dijo: He soltado a todos los pájaros porque a mi amigo le molestaban las jaulas y entre unas jaulas llenas de pájaros y el corazón sin amigo, prefiero a mi amigo, aunque ese amigo sea un grandísimo hijo de puta!


MOISÉS CAROL

Moisés Carol, ocupó durante 30 años la página central del suplemento cultural del diario La Nación, una vez por mes, con su increíbles relatos de ficción. Entre sus muchos libros, figura una novela maravillosa, La gran sequía, que inaugura, en la década del 30, antes que García Márquez, lo que luego se llamó realismo mágico. Carol, santiagueño de nacimiento, pero cordobés por elección, era un hombre muy elegante, muy aristocrático y muy ingenioso. Por él viví una larga temporada en el faldón del cerro Uritorco, en Capilla del Monte, donde él estaba radicado desde hacía muchos años. Luego se mudó a San Marcos Sierras, una aldea muy cerquita de Capilla. Mi primer libro publicado se presentó en ese lugar antes que en Buenos Aires. Carol lo había organizado de ese modo y no lo iba a contradecir porque lo he querido mucho. Conste que Carol había pasado los 70 años y yo tenía apenas 30. El día que llegué a San Marcos, vi diseminados por los negocios, unas cartulinas escritas a mano que anunciaban la presentación de mi libro en casa de doña Elvira. San Marcos entonces era una población pequeña y carecía de casa de cultura, así que las actividades se realizaban en el gran patio techado de esa casa. Doña Elvira Castillo, por su parte, fue una de las mujeres más dulces que he conocido. Mientras se acercaba la hora de la presentación, yo pensaba que íbamos a ser unas 15 o 20 personas, como mucho. Y me equivoqué de cabo a rabo. Acercándose la hora de comenzar, mujeres con fuentes repletas de empanadas y hombres con damajuanas y guitarras, llegaban de todos lados, con sus linternas, pues no había electrificación de calles. Todo estaba muy oscuro, pero el patio de doña Elvira era un planeta. Todo Marcos Sierras estaba en ese patio. Y leí los poemas y los guitarreros cantaron y comimos y bebimos y en esa sola noche regalé los 200 ejemplares que había llevado de mi libro, de puro agradecido, por tanta ternura que sin conocerme me habían brindado. En un momento, Carol me separa del resto y me lleva hasta el fondo de la finca. En plena oscuridad, me señala una luz allá a lo lejos y me dice: Ves, Hugo, aquella luz chiquita? A ese no lo he invitado. Y por qué no lo invitó Carol? Entonces me respondió: Y cómo lo voy a invitar si ese es el policía!


BARNIZADOS

A fines de la década del 80, comencé a dirigir la grilla cultural del bar La poesía, mudado el bar a la mitad de la cuadra, en San Telmo. El problema del bar es que no tenía un espacio visible para los músicos y los poetas. Entonces llamamos a un carpintero para que pusiera en un costado una tarima. El encargado de la gastronomía era un joven español recién llegado, de nombre Martín. Era macanudo el muchacho pero aparentemente no se daba mucha maña fuera del mostrador. El asunto es que le digo: Mirá Martín, el viernes arrancamos la temporada con un espectáculo y la tarima, así como está, no queda bien. Habría que lijarla y darle un par de manos de barniz. Él estuvo de acuerdo y dijo que se haría cargo, me pidió que me desentendiera hasta el viernes. Vete tranquilo, me dijo. Mirá, le repliqué, que el barniz tarda en secar, habría que hacerlo antes del miércoles, a más tardar. Vete tranquilo, insistió. Y me fui tranquilo, nomás. El viernes pasé temprano, a eso de las 3 de la tarde para ajustar el tema del sonido, las luces y esas cosas. Y Martín mismo estaba dándole al barniz con un rodillo, ensartado en un largo palo. Barniz con un rodillo! Nunca vi cosa igual y ante mi sorpresa, sin que yo dijera nada exclamó: Así no piso la madera. En fin. Para no sonar decepcionado le pregunté: ¿Es la primera o la segunda mano? No, respondió, esta es la segunda! La primera se la di en la mañana! Para no amargarme, me fui raudamente. Por la noche la tarima relucía como una catedral. Resumiendo. Esa noche leyó sus poemas Héctor Negro y Carlos Andreoli cantó los poemas de González Tuñón, musicalizados por él. Yo veía que Negro transpiraba exageradamente y Carlos Andreoli me miraba y yo no entendía qué señas intentaba hacerme. El caso es que habían quedado pegados. Cuando terminaron, el público se acercaba a la tarima maldita a saludar y ellos no bajaban, apenas podían disimular estirando la mano para responder el saludo. Andreoli me susurró: Huguito, no podemos mover los tamangos. Entonces, derrotado ya, le grité a Martín, que estaba con cara de nada detrás del mostrador: Gallego, la espátula!


LOS VASCOS

Mi abuelo Enrique Amondaray era un toro. Grande y fuerte como buen vasco. Y todo lo que tenía de grande y fuerte lo tenía de manso. Cabrón, pero manso. Una mañana, la Nieves Galván, mi abuela, también vasca, le recordó que hacía varios días le venía reclamando leña para el fuego, había poca y ahora casi nada. Hablo de tiempos en los que eran jóvenes y vivían en el campo. El abuelo, con indisimulado disgusto tomó el hacha y enfiló para el monte. Llegó y miró. Ni un árbol caído, nada. Ni un tronco grande. Ni una miserable rama en el suelo. Nada. El suelo estaba limpio y la única madera posible colgaba de los árboles. Y enumeró: Volver a la casa, agarrar la escalera, llevarla hasta el monte, treparse, hachar, llevar de nuevo la escalera hasta la casa, regresar al monte para buscar la leña. A esa altura del pensamiento, ya estaba agotado. No señor. Era demasiado. Entonces empezó a buscar entre los árboles, alguna rama floja, que quizá se cayera de un golpecito. Y buscó y buscó hasta que dio, allá en lo alto,  con una rama grande, astillada. Sonrió satisfecho. Afirmó el hacha en la mano. Cerró un ojo. Y apuntó. Como era de esperar, el hacha no volteó a la rama, pero rebotó. Cuando se le venía al humo, directo a la cabeza, hizo un visteo rápido y la esquivó. Pero él era muy grande y pesado y el hacha le dio de refilón en el hombro izquierdo, tatuándole una cicatriz para siempre. Largó el hacha y puteando al bendito, con el brazo ensangrentado, regresó a la casa. La abuela, mientras lo retaba firmemente, lo curó, le sirvió un vaso de vino y salió al monte a recoger ella la leña. Él sabía que ella lo iba a lograr. Imagino que el abuelo entonces sonrió y casi contento, debe haber pensado: Seguro que nunca más me va a pedir que vaya por leña. Ay, mis vascos queridos!


ARTURO CUADRADO

A principios de los años 80, cuatro poetas fuimos invitados a dar un recital en la ciudad de Pergamino. Nuestro presentador era don Arturo Cuadrado, que con más de 70 años y un niño adentro, encabezaba cuanta actividad hacíamos con aquel grupo. Arturo Cuadrado, poeta español, capitán del 5° regimiento de la República, exilado en nuestro país tras la derrota, además de ser el fundador de Botella al mar, la primer editorial en Argentina dedicada exclusivamente a la poesía, era, nada menos que para Jorge Luis Borges, uno de los más grandes conferencistas que él había escuchado. Podría dedicarle varios páginas a Arturo, pero me limitaré a contar esta historia. Llegamos a la ciudad de Pergamino un día antes de la actividad programada y como teníamos tiempo, salimos a conocer el centro. De pronto vimos un edificio de tres plantas, abandonado, con un cartel en relieve y en franca destrucción que decía Hotel Roma. Nos detuvimos brevemente a observar la arquitectura antigua y seguimos caminando. Por la noche, cenábamos en un restaurante y un periodista del diario local, le hizo una nota a Arturo. En ella, este increíble fabulador, le dijo al periodista que en el año 33, cuando viajó por primera vez a nuestro país con García Lorca, cosa que era cierta, habían estado en la ciudad de Pergamino, cosa que no era cierta y más aún, explicó Arturo: Creo recordar que el hotel en el que estuvimos con Federico, se llamaba Roma. Y cómo desconfiar de un hombre anciano y tan prestigioso. Al día siguiente, en la tapa de ese diario y en letras enormes, todos leímos: En el año 33, Federico García Lorca, estuvo en Pergamino.


lunes, 1 de octubre de 2012

ORACIÓN DEL HARTO

Me tienen harto los  pequebu (pero los pequebu siempre me tuvieron harto)

Me tienen harto los progresistas, que se quedaron sin bandera y agitan cualquier cosa, aunque venga del lado que antes criticaban.

Me tienen harto los chicaneros de lo cotidiano que no aportan mas que chicanas.

Me tienen harto los izquierdoides que mezclan a Lenin con el Dalai Lama. Y también los izquierdosos iluminados cuyas razones están siempre más allá de las razones de los demás.

Me tienen harto los anarquistas de chalet, que tienen auto y cuenta corriente.

Me tienen harto los “independientes” que atacan apuntando para un lado solo.

Me tienen harto los defensores del medio ambiente que se arrancan la ropa por las especies en extinción y no se arrancan nada por la extinción de los desarrapados de siempre.

Me tienen harto los revolucionarios de living, que justifican los monopolios y otras miserables formas de explotación.

Me tienen harto los demócratas que aplauden cuando el Estado reprime.

Me tienen harto los intelectuales a la violeta pero más, los intelectuales que reflexionan de acuerdo a su estado de cuenta bancaria.

Me tienen harto los operadores políticos disfrazados de periodistas.

Me tienen harto los que se cuelgan de los malos presagios con una sonrisa idiota.

Me tienen harto los puristas de cualquier cosa. También los ambidiestros de lo que venga.

Me tienen harto los optimistas de lo que no hay y los pesimistas de todo.

Y me tiene harto esta sensación mía de hartazgo sin final




domingo, 30 de septiembre de 2012

VISITANTES

Cuando al sueño entró Vicente Huidobro, bebimos un líquido celeste y nos emborrachamos hasta el próximo sueño.

Cuando al sueño entró Boris Vian, se originó un lío tremendo. Tuvimos que huir. Nos escondimos dentro de un zapato, pero el zapato hablaba demasiado. No lo toleramos.

Cuando al sueño entró Alexander Pushkin, el sueño tembló todo,
empezó a desmoronarse ¡Y tuve que apagarlo!

Cuando al sueño entró Paul Gauguin, seguido de un coro de isleñas de Papeete, tuve un sinfín de erecciones. Estas muchachas siempre aumentan la temperatura de mis sueños.

 
Cuando al sueño entró August Macke, vestido de beduino, compré un camello y lo seguí. Yo quería ingresar en su otro sueño.

Cuando al sueño entró Isadora Duncan, hicimos el amor, hasta que su culo de fogata se deshizo en baile.

Cuando al sueño entró Sergei Rachmaninof, deslizando una espiga de trigo sobre el teclado de un piano, pude oír su alma. Lloré, es imposible no hacerlo. Lloré como si estuviera delante de mi propia tumba.

Cuado al sueño entró Jean Sibelius, bajé la mirada y me hundí en un profundo silencio. ¡Algunas veces, los milagros, adoptan una figura que asusta!

Cuando al sueño entran las mujeres que amé y no me amaron, les resto importancia, no les tengo la menor consideración.
¡La indiferencia es la linterna del olvidado!

Cuando al sueño entra mi abuelo, lo hace con un niño que lleva entre las manos un escarabajo. Al acercarme, puedo observar nítidamente, que ese escarabajo es el corazón de la poesía


jueves, 27 de septiembre de 2012

CASA DE NÁUFRAGOS

Bienvenidos los que regresan de ahogarse en las altas mareas del abandono y llegan mojados y ateridos e igual cantan. Cantan espléndidos de alcohol.

Bienvenidos los que derrotan a la soledad y sus pujanzas, sus enviones de hojarasca, sus graves ceremonias. Y lo hacen solamente con las amarilluras del ojo y con los destellos de la palabra SOL.

Bienvenidos los que silban cada noche a su estrella elegida, porque ellas vuelven el pico, agitan las dos alas y nos destinan luz, en medio de tanta oscuridad.

Bienvenidos los que, sentados en un bar, inclinan la cabeza, escriben en la fiebre y cuando la mano se aturde, doblan el papel hasta lo indecible y lo arrojan a la calle. Esos si conocen la química difícil de la espera.

Bienvenidos los que llegan envueltos en revelaciones sorprendentes y dan cuenta de las buenas nuevas; las imprimen en las paredes de los ministerios, en los baños de los museos y en la frente de los que nunca escuchan nada.

Bienvenidos los poetas de barrio, los músicos de café, los filósofos del cordón de la vereda.

Bienvenidos los sabios del silencio, los especialistas del desconcierto, los dogmáticos del júbilo, las abanderadas del amanecer y las madres de la noche y las muchachas que saltan sobre las costillas del tedio.

Bienvenidos los que traen los peces, los vinos y los panes.
Bienvenidos los que aman. Bienvenidos los que sufren.
Bienvenidos todos, porque cada llegada,
fija en esta casa un corazón luminoso y esta rotunda melancolía ingobernable.

MANIFIESTO SIBARITA

Lechuga no. Ni escarola ni berro ni cosa verde que salga de la tierra. ¡Esa es comida de caballos!

Tampoco pájaros. Ellos son nacidos para mostrar el prodigio del vuelo. Salvo la perdiz. No hace cosa alguna y es mejor servida en escabeche.

Pescado sí. También frutos de mar.
Son bocado del marino.
Atracón del pirata.
Dentellada del náufrago.

Tomate por supuesto, es deleite americano.
Bartolomé de las Casas lo juzgó la manzana prohibida.
¡Sus jugos son el aplauso del diablo!

¿Y las pastas, las tortillas, las paellas?
¡Estas son comidas de tumulto!

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!

¿Y las papas, las cebollas, los pimientos,
librando una danza que fosforece en las cazuelas?

¿Y los pollos dorados y los patos en naranja? ¡Oh!
¿Y las cacerolas con sus mínimos conejos?
¿Y las nostálgicas vacas 
y los cerdos roncadores santificando las parrillas?

¡Que los embutidos no se duerman!
¡Son los señores de la pólvora en la guerra de las bocas!

¿Y los quesos? ¡Ah los quesos! ¡Picantes, generosos, inmortales,
embebidos en coñac y salpicados con granos de pimienta negra!

¡El queso es el pan de los héroes!

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!

El alcaucil es verde pero es una excepción.
¡Su corazón es el tobogán de la saliva!

También la albahaca es verde pero es la reina del aroma
y en bodas con el ajo dan goce tan alto que el paladar
es un cielo surcado por los pechos voladores
de la mujer voladora más hermosa.

¿Y la aceituna que descarozada y con morrones
hacen de la lengua una catedral?
¡Oh, aceituna, portadora del aceite bueno!

Luego el guiso.
El guiso es la comunión de todas las cosas.
El rito mayor de las fogatas.
El guiso es la peregrinación de los sabores
concentrados en la plaza mayor de cada boca.

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!

La cocina es la sala de ensayo del poeta.
La ocurrencia del payaso.
El tanteo del mago.
¡La cocina es el telescopio de Copérnico!

¡Ocupemos las cocinas del mundo
y hagamos la revolución de las comidas
para desterrar al hambre definitivamente
y que ni uno solo falte en esta mesa!

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!



HUGO TOSCADARAY

INDAGACIONES SOBRE LA PATRIA


Entonces primero, la patria fue un papel en blanco.
Pero ese papel ¿Cómo fue colmado?
¿Quiénes hicieron la patria con palabras?

¿Fue Mansilla entre las chuzas? ¿O Ascasubi, conversando con el diablo? Esto último es posible.
¿Fue Sarmiento, entreverado en las tormentas?
¿O acaso Hernández, con su guitarra de polvo?

¿Fue Arlt desesperado, en ese gran hospicio que erigió su corazón?
¿O Agüero, allá, empapado en las aguas del Conlara, henchido de sol junto a su amado algarrobo?

¿Y Raúl? (lo llamo por su nombre, como se llama por su nombre al padre)

¿Fue Juanele, tan finito él y tan gruesa la huella de su alma?
¿O acaso Borges, el que todo lo veía; el solo que se hizo muchedumbre?
¿Y Ramponi, altísimo en las piedras? ¿Y Urondo y Conti, asesinados?
¿Fue Cortázar desde lejos, que supo ver tan cerca?
¿O De Lellis, atravesando los arrabales del vino y sus desolaciones?

¿Fue Molina, en su galápago dorado, fundando terraplenes por la selva?
¿Y Orozco y Pizarnik? ¿Y Pedroni, fecundo en los talleres?
¿Acaso fue Yupanqui, montado en un caballo que nunca termina de caer, que jamás caerá definitivo?

¿Y Discepolín? ¡Ay Discepolín, con sus bolsillos de dolor amontonado!
¿Y las pupilas de Hudson, cabalgando hacia el olvido?
¿Y mis amigos, que pierden el tiempo en  las cantinas, para ganar un abrazo o el poema?

Tal vez a la patria la escribió aquel hombre, anónimo, callado;
que bebió un trago de ginebra en el boliche, limpió el bigote
con el puño gastado de la camisa, llegó a su casa, se acostó en su cama y soñó. Soñó que era un poeta que llenaba de patria un papelito.



domingo, 23 de septiembre de 2012

EL HOMBRE AVESTRUZ

El hombre avestruz habita las ciudades, grandes o pequeñas. Se alimenta de programas televisivos, de la farándula, periodísticos o deportivos. Su juego preferido es la indiferencia. Tras años de práctica se especializa en el cinismo y la mala leche. Disfruta formando una familia que no disfruta porque la constituye para no quedarse solo.
El hombre avestruz acumula y traga. Acumula pertenencias sin las que piensa que no podría vivir, y no vive. Traga lo que está en el mercado, todo, no importa si le gusta porque la cosa es tragar.
El hombre avestruz es un gran simulador. Simula que le importan los demás que por supuesto no le importan. Simula que por lo que tiene es por lo que vale. Y en tanto simulacro se pierde y nunca se entera quién es realmente.
El hombre avestruz es piadoso y fetichista. El fetichismo lo distrae de sus propias miserias; la fe lo disculpa de ellas.
El hombre avestruz anda por la vida sin vivirla porque vivir lo obligaría a mirar al otro a los ojos y tiene miedo de lo que puede encontrar.
El hombre avestruz tiene miedo, siempre, de todo, porque en el miedo está su amparo.




SEGURO PARA RECUERDOS

Las Compañías aseguradoras podrían aumentar sus ingresos, nada flacos, incorporando un nuevo ítem: el de asegurar los recuerdos. Debe haber una clientela expectante para este anexo. La nuestra es una sociedad enferma de consumismo, que reasegura el futuro de su automóvil, de su casa, de su lavavajillas; que reasegura el aire falso que respira, las máquinas que le asaltan la vida, la tarjeta plástica que le garantiza la armonía y la felicidad. Debe haber entonces –como decía- una clientela interesada en asegurar los recuerdos. El paso del tiempo nos enseña que hay recuerdos que ayer nos parecían tontera, pero que luego van tomando envión en ese Anfiteatro que llamamos memoria, recuerdos pequeños y lejanos que se van abriendo paso a empellones, empujando a otros recuerdos mas vanos y de pequeños y lejanos terminan siendo los mas importantes. Pero también el paso del tiempo nos demuestra que muchos de esos recuerdos no llegan a cobrar altura y son asfixiados por una multitud de recuerdos intrascendentes. Esos aparentemente pequeños, son los recuerdos que muchos estarían tentados de asegurar. Luego y para brindar un servicio de excelencia, estas mismas Compañías podrían añadir una asistencia muy útil, diría imprescindible: la de borrar ciertos recuerdos que matan a los otros recuerdos, o los lastiman, esos recuerdos hirientes que nadie, con dos dedos de frente, quisiera guardar. Aunque algunos amigos me dirían que si no fuera por esos recuerdos que duelen no habría tango ni poemas desgarrados. Pero lo bueno es que uno elegiría qué recuerdos asegurar y cuáles no. Además, para los poetas, “lo seguro”, incomoda y, a su vez, estas Compañías, rechazan a los poetas por falta de garantes. El caso es que si se pudieran asegurar los recuerdos, la clientela de estas empresas aumentaría mucho mas sus ganancias, mucho mas de lo que se puede uno imaginar. Hay gente tan ambiciosa que ni los recuerdos quiere perder y gente tan cobarde que prefiere pagar para olvidarlos. A mi no me pasa, me gusta que el Anfiteatro de mi memoria tenga variedad y que al abrir sus puertas me invada de cielo o de infierno, de llovizna o de estallido y especialmente que me provoque esa sensación de vértigo cuando algunos recuerdos queridos comienzan, lentamente, a esfumarse.



TEORÍA DEL BOLUDO

De la inmensa gama del boludo, podríamos rescatar al menos 3 especies fundamentales.
A saber: El boludo modesto. El boludo sombrío. Y el boludo soberbio.

El boludo modesto es el más inofensivo de los boludos. No hace ruido. No lastima. No se inmiscuye en asuntos ajenos. No hace nada. El boludo modesto es tan modesto que la mayoría de ellos se ganan hasta el cariño de quienes lo rodean. Ni es admirable ni es simpático, pero su mesura en todo lo hace casi respetable. El boludo modesto no molesta y eso es más que suficiente.

El boludo sombrío, en cambio, es un boludo peligroso. Es el boludo que llega sin que se lo note. El boludo que camina despacio y en silencio, casi apoyado en las paredes, siempre oculto en la penumbra. El boludo sombrío es el que aparece y casi no saluda. Sólo mira a los demás como si les registrara los bolsillos o les buscara un punto en la cara. El boludo sombrío no habla, apenas murmura. Nunca opina el boludo sombrío y si lo hace es para ponerse del lado de quién él, que es boludo, cree que le conviene. Porque el boludo sombrío es un obsecuente y un cobarde por naturaleza. La mayor peligrosidad del boludo sombrío es que –por su obsecuencia y su cobardía- es muy capaz de enterrar hasta al mas inocentes de los seres.

Finalmente el boludo soberbio. El más insoportable de los boludos. El boludo soberbio creé que no es boludo y allí comienza su desgracia. Peor aún, creé que los boludos son los otros. Por eso les miente. El boludo soberbio, como no tiene ningún logro porque es boludo, se los inventa. Se inventa títulos que jamás tuvo ni tendrá. Se inventa profesiones o especialidades para disfrazar que es boludo y mientras se inventa una realidad inexistente se vuelve cada día más boludo. Difícilmente el boludo soberbio no sea mitómano. Quienes lo rodean saben que es un boludo soberbio y no se lo dicen para poder continuar riéndose de él a sus espaldas. Esta es la mayor tragedia del boludo soberbio. Ser cada día mas boludo y no darse cuenta que la única cosa importante en su vida es ser un boludo importante.

Hay casos muy curiosos en los que estos tres tipos de boludo se concentran en una misma persona. ¡Los dioses se apiaden de semejantes almas!



sábado, 8 de septiembre de 2012

DISTRACCIONES

Hace un tiempo soñé que vivía en el desierto. Yo no era yo, sino Hazam, y mi trabajo era desplegar espejismos. Me pagaban por desplegar un espejismo aquí, otro allá y me pagaban poco, pero era casi el único trabajo que se puede conseguir en el desierto. Así que lo hacía con entusiasmo. Oteaba el horizonte. Divisaba un bulto bamboleante allá a lo lejos e inmediatamente me aprestaba a exhibir un espejismo. Un oasis, una caravana, un poblado, un simple cántaro o una fuente luminosa, un dromedario viejo o un crinudo y joven pura sangre. Así me pasaba los días en aquel sueño que duró lo que suelen durar los buenos sueños, toda una vida. Hasta que apareció una complicación. Parece que al cabo de un tiempo me empecé a aburrir de esta situación de desparramar más o menos decentemente cuanto espejismo fuera necesario. Y tomé la costumbre, mas bien el vicio, de propagar mujeres muy bellas, quizá auto convencido de que una mujer muy bella no te quita la sed, ni el agotamiento, ni el hambre, pero si te vas a morir en mitad de la nada, que al menos sea con un espejismo que abrace. Y desperté.



SIRENAS

Entre las numerosas crónicas falsas, escritas por un supuesto griego de nombre Homero, figura la de un tal Odiseo que –cruzando un mar de espanto- derrota a unas sirenas carnívoras con un puñado de cera y unas cuerdas.
Quienes conocen el mar y sus misterios saben bien que tales sirenas son incapaces de violencia alguna y que se alimentan de esperas y esperanzas. Ellas en su inmensurable soledad, creen en el mito ultramarino que señala que besando a hombre, la mitad pez se disuelve en las sales acuáticas y brotan bellas piernas con las que correr libres por playas y horizontes.
Odiseo inventó una mentira que Homero copió y la civilización ha repetido hasta nuestros días.
Las sirenas sólo esperan ser amadas. La que me ha besado sonríe ahora, tras volcar el vino en las copas y baila.