domingo, 23 de septiembre de 2012

SEGURO PARA RECUERDOS

Las Compañías aseguradoras podrían aumentar sus ingresos, nada flacos, incorporando un nuevo ítem: el de asegurar los recuerdos. Debe haber una clientela expectante para este anexo. La nuestra es una sociedad enferma de consumismo, que reasegura el futuro de su automóvil, de su casa, de su lavavajillas; que reasegura el aire falso que respira, las máquinas que le asaltan la vida, la tarjeta plástica que le garantiza la armonía y la felicidad. Debe haber entonces –como decía- una clientela interesada en asegurar los recuerdos. El paso del tiempo nos enseña que hay recuerdos que ayer nos parecían tontera, pero que luego van tomando envión en ese Anfiteatro que llamamos memoria, recuerdos pequeños y lejanos que se van abriendo paso a empellones, empujando a otros recuerdos mas vanos y de pequeños y lejanos terminan siendo los mas importantes. Pero también el paso del tiempo nos demuestra que muchos de esos recuerdos no llegan a cobrar altura y son asfixiados por una multitud de recuerdos intrascendentes. Esos aparentemente pequeños, son los recuerdos que muchos estarían tentados de asegurar. Luego y para brindar un servicio de excelencia, estas mismas Compañías podrían añadir una asistencia muy útil, diría imprescindible: la de borrar ciertos recuerdos que matan a los otros recuerdos, o los lastiman, esos recuerdos hirientes que nadie, con dos dedos de frente, quisiera guardar. Aunque algunos amigos me dirían que si no fuera por esos recuerdos que duelen no habría tango ni poemas desgarrados. Pero lo bueno es que uno elegiría qué recuerdos asegurar y cuáles no. Además, para los poetas, “lo seguro”, incomoda y, a su vez, estas Compañías, rechazan a los poetas por falta de garantes. El caso es que si se pudieran asegurar los recuerdos, la clientela de estas empresas aumentaría mucho mas sus ganancias, mucho mas de lo que se puede uno imaginar. Hay gente tan ambiciosa que ni los recuerdos quiere perder y gente tan cobarde que prefiere pagar para olvidarlos. A mi no me pasa, me gusta que el Anfiteatro de mi memoria tenga variedad y que al abrir sus puertas me invada de cielo o de infierno, de llovizna o de estallido y especialmente que me provoque esa sensación de vértigo cuando algunos recuerdos queridos comienzan, lentamente, a esfumarse.



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