viernes, 21 de diciembre de 2012

PÁJAROS

Mi abuelo Enrique tenía un amigo asturiano al que le gustaban mucho los pájaros. Vivía en las afueras del pueblo y en el fondo extenso, tenía enormes jaulones diseminados por todos lados, repletos de aves pequeñas, de los más variados colores y formas. Al abuelo le molestaba esta costumbre de su amigo, porque los pájaros, decía, no son pájaros si no están libres. Entonces, cada sábado, el abuelo se sentaba a la sombra de un sauce y sacaba un monedero, señalaba cualquier pájaro al azar, ponía una moneda sobre la mesa por cada uno y les iba comprando la libertad a varios, así cada semana. El asturiano pensó, con el tiempo, en el negocio y entre jilgueros y cabecitas negras y cardenales, cada tanto incluía algún que otro gorrión, total, el abuelo no se acercaba a las jaulas, elegía la libertad desde la sombra del sauce. El abuelo, insisto, era vasco. Tratar de engañar a un vasco es poco menos que suicida. Ante la trampa, un viernes de madrugada, el abuelo tomó la decisión y entró a la finca del asturiano por la parte de atrás. Los perros ni ladraron porque lo conocían bien. No abandonó el lugar hasta que no liberó al último pájaro. Al amanecer las jaulas eran un desierto. El abuelo, como cada sábado visitó a su amigo. Al llegar fingió sorpresa, se agarró la cabeza con las manos, teatralizó la situación y le preguntó al asturiano qué había ocurrido con los pájaros! El asturiano entonces se tomó un respiro, miró con nostalgia las jaulas vacías, lo miró al abuelo y dijo: He soltado a todos los pájaros porque a mi amigo le molestaban las jaulas y entre unas jaulas llenas de pájaros y el corazón sin amigo, prefiero a mi amigo, aunque ese amigo sea un grandísimo hijo de puta!


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